viernes, 27 de noviembre de 2009




E
namorarse, no enamorarse esa es la cuestión. Enamorarse puede ser de esos negocios que salen mal, un negocio viciado, algo que en un principio parecía perfecto y después empieza a presentar pequeñas fallas, defectos ocultos, que no solo son molestos por ser defectos, sino que se hacen más fastidiosos por el solo hecho de no contar con ellos. Es como comprar una casa “hermosa” la disfrutamos un tiempito y sin darnos cuenta empezaron  a aparecen las primeras humedades. La casa fallo, la que creíamos perfecta indestructible nuestro palacio, ahora no es mas que un par de murallas con humedad. Por el contrario, cuando empezamos una relación conociendo los pormenores de la misma es más fácil. Para seguir con el ejemplo seria como comprar una casa llena de humedad; desde el principio aceptamos que viene así, pero esto nos permite soñar y pensar en lo linda que va a quedar la casa cuando tapemos y arreglemos esas humedades, llegado ese momento será más meritorio el esfuerzo.
Es por todo esto que creo que no hay que idealizar a las personas; no podemos construir palacios en un terreno de 2x2, nadie es perfecto y algunos distan mucho de serlo, por lo que debemos aprender a soportar esas “humedades” y conseguir lindos cuadros para taparlas.







martes, 10 de noviembre de 2009

El hombre es un animal de costumbre dicen.. Nos gusta la costumbre. Cualquier cosa que nos saque de eso nos desconcierta.
Todo es cuestión de costumbre. Nos acostumbramos incluso a lo que nos hace mal. Mejor malo conocido que bueno por conocer, no?
Pero luego, a lo que no estamos acostumbrados, nos desconcierta, nos inquieta. Para que vamos a cambiar si así estamos bien?
Como haces de un día para el otro, para vivir sin eso que era la razón de tu vida?
Nos da pánico la idea de despertar y sentir que todo cambió, que nada es como era.
Cuando te acostumbras a un amor, a una piel, a un olorcito, a una sonrisa. Perder todo eso es como quedarte sin aire."


lunes, 9 de noviembre de 2009


Queridísima amiga:

Me inventé un ejercicio guestáltico: Imagino que soy una cámara fotográfica.
Me cuesta describirme- Soy una cámara con forma especial; claro, soy única; hay muchas que se me parecen... pero iguales a mí, sólo yo.
Estoy totalmente equipada para cumplir mi objetivo: retratar este instante de lo que está sucediendo.
Este instante.
El instante anterior ya pasó y el próximo todavía no llega; ambos están fuera de mi alcance...
... y me gusta que sea así.
Lo importante para ser una buena cámara es conseguir una buena imagen de la realidad.
El mecanismo es el siguiente:
Primero, busco aquello que me llama la atención. Lo pongo frente a mí.
Mido la distancia que hay entre eso y yo.
Elijo una distancia útil, no siempre la distancia que elijo es la misma, a algunas cosas me acerco más, de otras me mantengo siempre bastante lejos.
Luego, con suavidad -porque mi mecanismo es muy suave-, incorporo lo exterior a mi interior.
Tengo una película muy sensible y puedo sacar muchas fotos. Si bien el rollo de película es casi interminable, mi vida útil como cámara, no. Llegará un momento en que mi existencia terminará.
Pensar en eso no me angustia, es parte de mí ser cámara.
... Mientras tanto... me importa ser cada vez más fiel a lo que veo. Es cierto, mi imagen de lo exterior nunca será "perfecta", pero en realidad tampoco me importa que lo sea.
Parte de mi equipo es un grupo de lentes y filtros que aumentan mis posibilidades.
Hay cosas que los filtros dejan pasar y cosas que no. Esto puede ser muy útil. Por ejemplo, impiden que entren cosas dañinas (como un estímulo demasiado poderoso). Permiten también teñir mi impresión de un tono específico (ver todo rosa, ver todo azul, ver todo gris), según mi estado de ánimo.
¡Es bárbaro!... aunque peligroso, si accidentalmente me olvido que es por el filtro que lo veo así.
Las lentes me sirven para aumentar o achicar mi campo perceptivo. Con una de ellas puedo ver el pequeño detalle de las cosas; con otra tengo una vista panorámica y global de los sucesos. Aquí también, cuando pongo la lente adecuada a mi intención, todo sale bien.
Cada hecho requiere un tiempo diferente para ser registrado; por eso, una de mis regulaciones es la del tiempo de exposición.

Todos los procesos implican tiempo. Y éste depende de la velocidad de los hechos, de su intensidad y de mi interés. Cuando algo implica mucho tiempo, recurro a un elemento que llevo conmigo: un trípode. Este me permite esperar con comodidad un hecho... sin apurarme... sin ansiedad... sin riesgo de retratar lo equivocado, cuando lo que espero sucede.
Cuando estoy paseando, sin expectativas, sin objetivos y con la lente al descubierto, puede suceder que se me conecte el disparador automático. De repente siento: ¡clic! y sólo después me doy cuenta de lo que incorporé.
Estas fotos suelen ser las mejores, nada programado o intencional, nada voluntario; sólo el ¡clic! imprevisto y espontáneo.
Casi me olvido de algo importante. Tengo una tapa. Cuando me la pongo, el mundo desaparece y estoy en contacto sólo conmigo. Es muy útil para alejarme un poco de lo de afuera y también para descansar.
Es importante tener mucho cuidado con correr la película después de cada foto. ¡Esta es una limitación para tener en cuenta siempre!
Sólo puedo sacar una foto por vez.
Cualquier intento de incorporar dos situaciones juntas, resultará en una superposición (imagen confusa) o en una foto velada (falta de imagen).
Por suerte, últimamente he logrado incorporarme un dispositivo de seguridad que permite que, hasta no haber terminado todo el proceso con una situación, sea imposible comenzar con otra.
Este dispositivo es una gran ayuda, pero más me gusta tener presente yo misma el límite:
No puedo ocuparme de más de una cosa a la vez.

Eso, eso...

No puedo ocuparme de más de una cosa a la vez.




domingo, 8 de noviembre de 2009


y sin darse cuenta la felicidad estaba en la habitacion verde que habitaban; estaba ahi, habia estado ahi siempre, solo que mirando por la persona equivocada esa felicidad se habia trasformado, la habia teñido la envidia.